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Viajes Baratos a Chile

Camino de Chile. El amanecer llenó de luz la Laguna Colorada. Los primeros rayos de sol aparecieron y, por primera vez, todos estábamos listos desde hacía rato para olvidarnos cuanto antes de esa noche. Un fugaz desayuno y al jeep. Arrancaba otra jornada de sorpresas entre géiseres, fumarolas, barros volcánicos, vertientes de agua calientes y ricas en azufre, lagunas, volcanes…

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Por el espejo retrovisor se veían los otros vehículos. Era preciso aminorar la marcha para alejarse de la polvareda o acelerar para ser los primeros. El polvo que levantaban los neumáticos hacía irrespirable el ambiente. Las estelas de los demás vehículos se veían a distancia. Los volcanes no nos habían abandonado. El conductor, más hablador que de costumbre, los iba enumerando y contando historias de pasos antiguos hacia el país vecino. Al otro lado de los Andes, Chile. Y allí el Sol de Mañana. Una zona de gran actividad volcánica, cuyos cráteres emiten vapores de agua caliente que, por momentos, alcanzan los cien metros de altura. Sobrecoge esa estampa entre apocalíptica y misteriosa. El viento arrastra de un lado para otro esos vapores y nos hacen desaparecer tras ellos. Cuidado con acercarse, la temperatura alcanza grados inimaginables. Fuera de esa zona, el frío no se resiste y eso que, por indicación del chofer, hemos llegado algo más tarde que los otros viajeros que nos preceden.
Con el recuerdo de esa imagen proseguimos hacia la siguiente ‘estación’. A una altitud de 5.000 metros, una temperatura invernal y un viento racheado, resulta posible sumergirse en agua caliente. Sí, un baño en un pequeño ‘estanque’ ¿Si o no? Disponíamos de muy poco tiempo, lo que desgraciadamente nos hizo decantarnos por el no. Desprenderse de la ropa en esas condiciones no resultaba demasiado tentador. Hubo valientes, sin embargo, que perdieron el miedo y se lanzaron a un baño reconstituyente.
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A muy pocos kilómetros ya de la frontera con Chile, la laguna blanca, la celeste… y la Verde. Allí uno tiene la impresión de haber llegado al fin del mundo. Cómo es posible que exista un lago de esa tonalidad esmeralda. La respuesta es la abundancia de magnesio en sus aguas. Y, a diferencia de las anteriores lagunas, en ésta no hay vida. Ni rastro de flamencos, ni de microorganismos.
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Nos detuvimos bajo el Licancabur, uno de esos volcanes perfectos, cónicos, con la nieve perpetua cubriendo la cima. Observamos erguidos, tan erguidos como nos lo permitía el frío viento, ese deslumbrante espejo de agua. La sensación es la de sosiego en tanta inmensidad. El aire dibuja una especie de olas en todas sus orillas. Fue el momento de retratar al grupo como recuerdo de un viaje que no olvidaremos. ¿Motivos? Tantos como horas pasamos en ese desierto.
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Los 5.868 metros de volcán marcan la frontera de hoy con Chile. Estábamos a un paso de pasar por la aduana. Nuestros dos ‘compañeros’ alemanes viajarían hasta el desierto de Atacama. Nosotras en cambio retornaríamos a Uyuni para proseguir la expedición por Bolivia. Las explicaciones de la agencia de viajes de la Paz no se ajustaban del todo a la realidad y, al final, desechamos la idea de pasar al país vecino. A un lado, migración Bolivia; en frente, República de Chile. En los extremos, el paisaje idéntico: pedregal rojizo abrazado por la cordillera andina, estepa, aridez.

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